La historia marca que surgieron de lo que sobraba de la masa de las empanadas. Y el término “raspada” viene de la forma de cocinarlas. Algunos dicen que se hacían directamente sobre las brasas y, entonces, quedaban duras y quemadas por fuera. Por eso era necesario rasparlas y quitarles lo amargo. Otros esgrimen que antes se las preparaba más altas, más “gorditas”, y por ello debía dejárselas más tiempo en el horno para que se cocinaran por dentro, sobre-cocinándolas y quemándolas por fuera. Entonces también debía raspárselas para quitar lo amargo de la parte exterior.
Seguramente en una visita a Mendoza querrás probar los exquisitos vinos, aunque algunos son un poco caros. O querrás degustar un auténtico chivo a la llama, pero tendrás que ir hasta Lavalle o a Malargüe. Por eso, te recomiendo llegar a algo más accesible como la tortita raspada. La encontrarás en cualquier almacén y a un precio muy accesible.
Temprano en la mañana, tentempié de mediodía o colación de media tarde. En el desayuno, al almuerzo, a la siesta, o en la cena. Cualquiera es un buen momento para comer una tortita raspada. El mendocino conoce la medialuna, las tostadas, las roscas, los churros y los bizcochos, pero prefiere, siempre, la tortita raspada. Una porción de grasa pura, pero sabrosa y llenadora.
Las tortitas, en cualquiera de sus formas, tienen ingredientes básicos: grasa, agua, sal y levadura. Pero la tortita raspada es especial porque no lleva levadura y por eso es compacta y sin aire ni poros. Un auténtico medallón de masa. Y, pese a su facilidad para preparar, las preferimos hechas por los maestros panaderos. Todos tenemos nuestras preferidas. Las del almacén del barrio, las del quiosco de la esquina, las de la clásica panadería-confitería o hasta las de los supermercados. Todas tienen su encanto.
Son señuelos para los mejores recuerdos de tiempos pasados. Es que su sabor y textura nos provocan vívidos recuerdos de los recreos en la escuela, los mates en el club o el viaje de egresados. Son lo que más extrañamos los mendocinos cuando viajamos. Porque en Chile existen las “ayuyas”, que son parecidas, pero no son lo mismo. En otras provincias pasa algo similar. San Juan tiene las “semitas”, pero tampoco se asemejan a las tortitas raspadas. Ni hablar de cuando viajamos al extranjero, donde lo más parecido que encontramos es el pan de hamburguesas, y solo porque son de masa y de forma redonda.
$250,00
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